Zombis y vampiros, vampiros y zombis. Últimamente cine, televisión y literatura se encuentran saturados de obras donde estas dos clases de seres de ultratumba gozan de un papel protagonista. Parece ser que cualquier producto en el que aparezcan vampiros o zombis, va a tener el éxito asegurado sea cual sea su calidad (véanse, por ejemplo, auténticos despropósitos surgidos de la mente de algún desequilibrado como Orgullo y Prejuicio y Zombis o Abraham Lincoln Cazavampiros).
Además, en un intento de atraer a la mayor cantidad de público posible, las clásicas características de estos seres se han visto modificadas hasta un punto en el que rozan la ridiculez. Vampiros metrosexuales que brillan a la luz del sol y se enamoran de mortales adolescentes o zombis veloces que abren puertas, esgrimen armas e incluso saltan muros, son solo algunos de los cambios realizados y que, en mi humilde opinión, restan mucho de su encanto a estos monstruos.
En fin, después de esta pequeña introducción, me gustaría centrarme en los cambios que han sufrido los zombis, ya que durante las últimas semanas he estado viendo varias series y películas de este género y ver la diferencia entre las criaturas que en estas aparecen y los zombis de antaño ha sido lo que me ha llevado a ponerme a escribir.
Ojo, con esto no quiero decir que muchas de las obras actuales del género zombi sean malas. Películas como Amanecer de los Muertos (2004), 28 días después (2002) o Zombieland (2009) y series como The Walking Dead (2010) o Dead Set (2008), son obras de gran calidad y que entretienen mucho (bueno, personalmente no considero que Dead Set sea de gran calidad ni que entretenga mucho, pero es un clarísimo ejemplo de lo que quiero hablar a continuación). Sin embargo, los zombis ahí presentados distan mucho de aquellos que podíamos encontrar en films clásicos como La Noche de los Muertos Vivientes (1968) y que sirvieron para asentar las pautas del género durante décadas.
El típico zombi lento y torpe, aquel engendro zarrapastroso que deambulaba gimiendo por las ciudades devastadas y cuyo peligro se basaba en la superioridad numérica y su extrema voracidad, ha dado paso a auténticos velocistas dignos de ser investigados en el caso Galgo, seres ágiles, incansables y en extremo agresivos que saltan, gritan e incluso algunos son hábiles en el uso de armas. En resumen, siguen siendo muertos vivientes, pero han perdido muchas de las debilidades que les habían convertido en unos monstruos tan “encantadores”.
Es cierto que, en los tiempos que corren, el gran público busca películas repletas de acción y con un ritmo más trepidante, y una cinta donde la amenaza de turno sean unos seres que se caractericen por la torpeza y la lentitud les puede resultar aburrida. No obstante, yo soy de la opinión contraria. Una película de zombis clásicos puede ser tan o más entretenida que una protagonizada por los zombis “dopados” que están de moda en la actualidad. Llamadme anticuado, pero me produce más tensión una horda de centenares de muertos vivientes aguardando en el exterior a que algún humano desprevenido cometa el error de salir de su refugio y se ponga a su alcance, que unos cuantos zombis rabiosos aporreando las puertas y gritando a pleno pulmón para parecer así más peligrosos.
Por eso pido desde aquí que, por favor, no olvidemos a los antiguos zombis. Devolvámosles las infinitas horas de diversión que nos han dado en el pasado poniéndolos en el lugar que se merecen y démosles la oportunidad de entretenernos durante muchos años más.
Amigos, no abandonéis a los zombis. Ellos nunca lo harían… siempre tienen hambre.
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