jueves, 13 de octubre de 2011

Hollow

Cuando empiezas algo en esta vida, normalmente lo haces con ganas, ilusión y esperanzas; sobre todo si es algo que siempre te ha gustado y llamado la atención. Te levantas por las mañanas lleno de energía, dispuesto a afrontar las horas que tienes por delante con interés y dedicación. Sin embargo, hay veces en que todo empieza a torcerse.
Con el paso de los días ves que aquello no es lo que esperabas. Intentas sobrellevar esta decepción diciéndote a ti mismo que es cuestión de acostumbrarse, que no todo puede ser diversión y que hay que tener paciencia. Aguantas estoicamente a la espera de que la situación vuelva a mejorar y todo te parezca tan maravilloso como al principio. Evidentemente, las cosas solo van a peor.
Pierdes absolutamente el interés. Pero en el momento en que te das cuenta de esto, ya ha pasado demasiado tiempo como para enviarlo todo a la mierda y empezar de nuevo con otra cosa. No puedes tirar unos años a la basura, darlos por perdidos. Decides que a estas alturas, pese a que aquello que puedas aprender te la trae al pairo, lo suyo es acabar lo que has empezado y seguir hasta el final.
Ciertamente la constancia es una cualidad muy loable, sí, y los conocimientos nunca están de más. Pero ha llegado un momento en que el hastío causado por hacer una cosa que ya no te gusta y la rabia de ver que estas invirtiendo el tiempo en algo a lo que no le sacaras partido en un futuro hacen que la simple perdida de interés esté a punto de convertirse en odio.
Así es, odio. No creo que tarde mucho en afirmar que odio lo que hago. ¿Me quejo por quejarme? Yo creo que no. Me levanto vacío y me voy a dormir vacío; lo que hay en medio es simplemente aburrimiento y, dentro de poco, odio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario