No siempre es fácil adaptar un libro al cine o a la televisión. Ya sea justificadamente o no, siempre habrá aquellos que pongan el grito en el cielo una vez visto el resultado: este actor no me pega en el papel, me imaginaba este lugar de otra manera, han recortado tal escena, etc. Y ya en el caso de que la adaptación sea mucho más libre y se permita realizar cambios en el trasfondo de la historia o modificar completamente los eventos que en ella se narran, la situación se vuelve todavía más peliaguda.
Es por eso que cuando me enteré de que habían realizado una serie de televisión que narraba las aventuras de Sherlock Holmes si este viviera en la época actual, no pude hacer otra cosa que sentir cierto recelo. Siempre me ha gustado el personaje de Holmes y me daba miedo ver lo que podían haber hecho al someterlo a cambios tan radicales como los que el planteamiento de la serie me hacía suponer.
Creado por Sir Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes hizo su primera aparición en la obra “Estudio en Escarlata”, publicada el año 1888, y desde el instante en que sale a escena se puede ver que se trata de un hombre peculiar, sumamente inteligente y cuyas increíbles capacidades de deducción le permiten averiguar en una fracción de segundo que el hombre que se convertirá en su mejor amigo y compañero de aventuras, el doctor John Watson, es médico y ha estado largo tiempo sirviendo en el ejercito británico en Afganistán. A esta primera novela le siguieron multitud de relatos con el extravagante detective como protagonista y, con el paso de los años, Holmes se ha convertido en el referente por antonomasia de la literatura detectivesca y el primer personaje que a uno le viene a la cabeza cuando escucha la palabra “detective”.
Pero volviendo al tema principal, una vez vistas las dos primeras temporadas de Sherlock (3 capítulos de hora y media aproximadamente cada una) he de decir que mis temores respecto a lo que podía encontrarme eran totalmente infundados. Los creadores de la serie han sabido adaptar muy bien a Holmes al mundo actual sin hacer que pierda muchas de las peculiaridades que hacen tan interesante al personaje. Sus aventuras en el Londres del siglo XXI siguen conservando el espíritu de las originales escritas por Conan Doyle, algunas de ellas empezando con la misma premisa que estas y luego divergiendo completamente, u otras salpicadas de guiños que aquellos fans del detective identificaran fácilmente.
Sin embargo, este no es el único Holmes que podemos encontrar a día de hoy. Y es que este comienzo del 2012 ha estado marcado por el estreno, prácticamente simultáneo, de dos versiones de Sherlock Holmes completamente diferentes. Una es la de la serie que acabo de mencionar y la otra está en el cine, con un Holmes interpretado por Robert Downey Jr. bajo la dirección de Guy Ritchie, el cual nos ofrece una visión del detective en época victoriana bastante más centrada en la acción y la aventura que en la investigación propiamente dicha. La primera parte de las aventuras del Holmes de Ritchie, estrenada en 2009, me gustó bastante; pero la secuela, titulada Juego de Sombras, me ha parecido que dejaba excesivamente de lado la faceta detectivesca decantándose más por una “buddy movie” (ojo, que la primera ya lo era, pero la historia de detectives estaba ahí) y me ha dejado un sabor de boca bastante agridulce. No puedo decir que la película me desagradara, pero ha quedado totalmente eclipsada por el Sherlock televisivo, con un magistral Benedict Cumberbatch como Holmes y un Martin Freeman dándole la replica perfecta como John Watson.
En definitiva, Sherlock Holmes está de moda y lo podeis encontrar en versiones para todos los gustos. Pero desde aquí os recomiendo fervientemente que, si tenéis que elegir entre alguno de los dos, le deis una oportunidad a esta genial serie, demasiado corta para mi gusto, pero con la que estoy seguro que disfrutareis como enanos y que la hora y media que dura cada episodio se os pasará en un suspiro.
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